miércoles, 31 de enero de 2018
Me fascinaba la forma de su cabeza. Era suave y redondeada,
un poquito picuda hacia la parte superior. Era todo belleza.
Se rapó el pelo tan pronto le diagnosticaron la enfermedad.
Y estaba guapísima.
Sé que es una enfermedad muy dura, pero ella no lo hacía ver
así. Desde el momento en el que relacionaron la palabra fatal con ella, una
fuerza nueva surgió de su interior y se nos fue pegando a todos los que la
rodeábamos.
Ella no lo hacía ver como algo pavoroso o de lo que estar
asustado. Lo hacía ver como una nueva oportunidad de lucha, de superación, de
renacer. Nunca la vi llorar ni compadecerse.
Una noche de esas en la que nos quedamos mirando a las
estrellas, por que sí, porque nos apetecía, me dijo que iba a matar al dragón.
Yo, extrañada, le pregunté que a qué dragón se refería. Y ella me respondió que
mataría al dragón que habitaba en ella, que se había hecho dueño de su cuerpo
sin su permiso. Sí, ese dragón, al que los médicos daban otro nombre, pero que
era un dragón a la vieja usanza, de los que salen en los cuentos.
Un dragón que raptaba a la princesa contra su voluntad y
luego tenía que ir un caballero a rescatarla. Solo que en su historia no hacía
falta ningún caballero, y ella no era una princesa. Ese ser, que había hecho su
nido en su pecho derecho, no sabía con quién se estaba metiendo. Pues ella era
una guerrera, no una damisela en apuros.
Aun hoy no sé si se le ocurrió tal cosa así porque sí, o era
una estrategia milimétricamente calculada. Nunca se lo pregunté, y no voy a
preguntárselo ahora. Digo lo de la estrategia porque siempre fue ella la que no
tuvo miedo. Y si lo tuvo, se cuidó mucho de no dejarlo traslucir ni un segundo.
Por eso, me viene a la mente a veces que tal vez se inventó eso del dragón para
nosotros, para que lo viéramos de otra forma y no nos sintiéramos tan mal.
Es extraordinaria. Es decir, ¿a qué persona le dan una
noticia tan terrible, y es ella la que consuela a los que están a su alrededor?
Recuerdo cuánto lloramos todos, pero ella no derramó una sola lágrima enfrente
de nosotros. Siempre nos animó como si fuera otro el paciente, no ella.
Reía, hacía bromas y hablaba del dragón, mezclando en su
mente y en las nuestras la fantasía y la realidad. Cuando se encontraba débil,
decía que el bicho se estaba poniendo peleón, y que se aferraba a ella con más
fuerza porque veía cercano su final. Ya le faltaba poco para cortar con su
espada la cabeza de la bestia. Y entonces volvería a casa, y todos seríamos
felices y comeríamos perdices.
Llegamos a pensar que no lo conseguiría, y que la vida
perdería un poco de su luz cuando aquella mujer valiente cerrara los ojos por
última vez a este mundo.
El dragón no solo era la enfermedad en sí. Era ese aura de
miedo, esa sombra que se cierne sobre el que padece y sobre todos los que le
quieren. Es esa fuerza oscura que se apodera de las almas de todos los
afectados.
Pero ella nunca tuvo miedo. Identificó a su enemigo y lo
combatió, física y mentalmente. No solo eso, se inmiscuyó en nuestras mentes y
allí lo combatió también, haciéndonos creer que todo saldría bien, fuese como
fuese.
Y además, cumplió su promesa. Mató al dragón.
La lucha fue ardua y le costó la extirpación de un pecho,
pero lo había conseguido. Cuando el médico le dijo que todo, el tratamiento y
la operación habían sido un éxito, que por fin estaba libre de ese peso, lloró
de alegría. Fue la única vez que la vi llorar al respecto. Pero fue un llanto
alegre, acompañado de una risa clara y cristalina. Entonces se giró hacia mí, y
vi en sus ojos toda la vida que nos quedaba por delante, juntas.
Y ahora, donde antes estaba su pecho, luce orgullosa un tatuaje.
Un tatuaje que representa un dragón enrollado sobre sí mismo, y una princesa
guerrera con una espada, a punto de asestar el golpe final.
Y es que la vida está plagada de dragones, da igual de que
tipo sean. Lo que el mundo necesita, son guerreros y guerreras, que estén
dispuestos a no rendirse, a alzar sus espadas, brillantes a la luz del sol, y
asestar la estocada final.
Da igual cuánto dure la lucha, o lo ardua que sea. Hay que
luchar.
Hay que matar dragones.