viernes, 23 de enero de 2015

Esta historia está escrita a partir de una escena que imaginé escuchando la canción Radioactive de Imagine Dragons. Es recomendable escucharla mientras se lee.




Adoro estos momentos. Me siento más vivo que nunca.
¿Sabéis de lo que os hablo? Hablo de esos momentos en los que la adrenalina hace latir tu corazón tan fuerte que resulta doloroso, como si fuese capaz de aplastar tus costillas y huir de tu pecho. Escuchas el rítmico bombear de tu sangre sobreponiéndose a todo sonido. Pero, curiosamente, a la vez también eres consciente hasta del más ínfimo riudo a tu alrededor, te sientes capaz incluso de oír caer una gota de agua.
Y todo, todo, va a cámara lenta. Te sientes ágil, rápido, como si el mundo estuviese en pausa y tú fueses el único que mantiene una velocidad normal.
Y los olores... Explotan, llenan tu olfato. Amplificados, densos, llenando tus pulmones como si fuesen más espesos que el aceite, dotados de textura. Hueles la sangre, la pólvora, la tierra, el sudor… puedes oler incluso tu propio miedo.
Porque en estos momentos siempre se tiene miedo. Siempre. Al menos, las personas cuerdas. Siempre, siempre. La clave está en utilizar ese miedo, esa excitación en tu favor, y no permitir que te sobrepase. Controlarlo, no dejarse controlar por él. Volverlo tu mejor aliado, someterlo, no dejar que se adueñe de ti bajo ninguna circunstancia.
El miedo en estos instantes te insta a luchar, a defenderte, a derrotar a tu rival por sobrevivir. Pero al mismo tiempo te frena, te dice que tengas cuidado y que seas prudente.
El miedo, como digo, es indispensable, es útil. Nos mantiene vivos. Al igual que el dolor, otro compañero de fatigas mal visto, muy infravalorado, pero sin él estamos perdidos, sin él estamos muertos.
Con la adrenalina inundando tu sistema, el dolor toma otra dimensión, otra forma de ser, se percibe de otra forma. Es un aviso, una alarma silenciosa. El dolor te informa de que has sido herido, muestra tus límites, te dice hasta donde es prudente llegar… pero, muchas veces, la mayoría de las veces, ese límite debe ser obviado. Si el precio lo merece, ¿a quién le importa desgarrarse un músculo, romperse un hueso, desangrarse hasta caer desmayado?
La ausencia de dolor solo indica una cosa: que estás muerto.
Sí, puedo sentirlo. Aún no ha empezado, aún no ha pasado nada. Apenas ha aumentado mi ritmo cardíaco y ya puedo sentirlo todo. Mi cuerpo y mi mente se estremecen ante todo lo que está por venir.
Así que aprieto los puños, y avanzo. A cada paso que doy, mi corazón responde latiendo un poco más fuerte. Un poco más, un poco más, un poco más…
Y cuando alzo el puño para asestar el primer golpe, todo ha sido desatado. Mi droga favorita me recorre por entero, inundando, saturando todos mis sistemas.
Y, de nuevo, es ahora, precisamente ahora que la muerte es una posibilidad, ahora que la negra dama ha aparecido, amenazándome con llevarme consigo al primer paso en falso, a la primera estocada no esquivada, al primer golpe mal recibido… es precisamente ahora cuando me siento más vivo que nunca.

¿Qué me espera después? ¿Un hospital, la cárcel, la tumba tal vez? Me da igual. Solo importa el ahora.

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